Genealogía del tiempo y sus cristales II

Sigo varada en el mismo cristal que me capturó hace un millón de años en el rompeolas de un mar de cadmio. Por aquel entonces, yo sólo era un latido húmedo y vítreo como la niebla, pero brillante y condenada a ser una joya bajo el delictivo calor de su interior. También el testamento químico de nuestra nomenclatura, de la morfología que daría nombre al primer diseño humano. Me paro delante de un escaparate, semejante al de una noche estrellada, y reconozco al diminuto fósil que yace en el interior de una bellísima y espeluznante piedra de ámbar.